top of page

Y SI LA VIDA FUERA…?

Publicado en Kuttune y Baskonia Cultura

Es curioso como el arte trata de interpretar la vida y darla forma, porque es realmente difícil definir la manera en la que cada uno de nosotros nos hacemos conscientes de nuestra propia existencia o de nuestra propia finitud. Algunos tratan de dejarlo todo por escrito en un papel, otros de retratarlo todo y a todos, los más de atesorar la vida entera en su cabeza. Cualquier cosa con tal de no perder lo que hemos vivido, todo con tal de que nuestra existencia no desaparezca con el tiempo.

Sin embargo, cuando éste pasa, ya nada es lo que fue, nuestros recuerdos más queridos, nuestras imágenes más profundas, la historia que nos ha acompañado, se vuelve difusa, extraña, se transforma en otra cosa y dejamos de saber si hemos vivido una vida o la otra.

Las personas más entrañables de mi niñez tienen su rostro borrado en mi imaginación, a veces incluso pienso si son míos todos mis recuerdos o si pertenecen a relatos contados, a vidas y recuerdos de otros. Otras veces, aparecen en mi cabeza como retales de una vida, como una película cortada en trozos, como fotografías desordenadas en una caja que su dueño olvidó poner en orden.  

A veces recurro a ellos por mero placer, emocional o estético, porque creo que son parte de lo mejor de mi experiencia, aun a pesar de haber sido convertidos en imágenes idealizadas. Lo que pudo ser, lo que me gustaría que hubieran sido.

Mi imaginario de lugares que conocí es infinito, pero de la mayoría no consigo recordar su nombre y ni siquiera sé donde se encuentran. Lugares idílicos en mi imaginación que no se si existen en algún lugar, extraños y reconocibles a la vez, como otros tantos olores, sabores, sensaciones y sentimientos esparcidos por mis pliegues cerebrales.

Asumo también mi parte oscura, recuerdos detestables en el momento en que fueron vividos y que se han difuminado en mi memoria para hacerlos soportables. Actos de mis propias experiencias emocionales, tanto como de las ocurridas a mi alrededor o en mi universo colectivo: muertes, atentados, injusticias, padecimientos… ¿Cómo podría sino vivir con todos ellos? Así viven, insensibilizados en mi memoria: nombres, fechas o estremecimientos; borrosos, relegados a lo más profundo de mi cerebro, brotando sólo en momentos concretos y vueltos a enterrar en cuanto aparece un atisbo de dolor o de incomprensión.

Así es como yo veo la pintura de Alain Urrutia, como mi memoria en blanco y negro, el color de mis recuerdos. Como sus cuadros de imágenes fragmentadas, desenfocadas, violentas, inquietantes y placenteras, fílmicas, de álbumes familiares, de recortes de periódicos, de actos documentales, de inspiración en artistas alemanes y de no sé cuantas otras nacionalidades, y ese largo etcétera repetido sin cesar en las crónicas de críticos y entendidos en arte, que le encumbran como una de las grandes promesas del arte vasco.

Este bilbaino, nacido en el 1981, ha estado presente últimamente, en ferias como ARCO, ArteLisboa y Art Beijing; y participado en numerosas exposiciones colectivas en museos como Artium en 2008, en el Círculo de Bellas Arte de Madrid en 2009, en el Museo de Huelva, en CA2M, en La Casa Encendida, en Espacio de Arte OTR  o en el Festival S.O.S 4.8.; y su obra se encuentra ya en colecciones de relevancia como la de la Fundación Barrié de la Maza. Su camino a penas ha comenzado, su obra se desarrolla con él y su tiempo como artista. Nadie sabe hacia dónde irá, pues el cuestionamiento constante es parte del proceso creativo, pero su obra nos deja ver, al menos, cual es su cuna, que no es poco.

Su imaginario, la tensión y la perplejidad que provoca su trabajo y esa reconocible sensación de placidez que provoca lo vivido, se convierten hoy en los míos, por obra y gracia del trabajo artístico y esa capacidad plástica de transformar lo individual en colectivo, por su manejo de la estética en favor de la comunicación, difuminando imágenes que hablan hoy con mi propia voz y que un día, probablemente ya asumidas, encuentre dentro de mis propios recuerdos.

La fotografía, ese medio tan reconocible en  nuestra cotidianeidad, se convierte en el objeto del que parte su proceso creativo, arrastrando al artista hacia la profundidad de lo que esa imagen representa en su memoria y provocando la creación de representaciones que interrogan, que sorprenden, que provocan esa incertidumbre que atrapa al espectador en un cuestionamiento infinito sobre el qué, el cuándo o el cómo.

Alain Urrutia empapa, porque consigue hacer propia la vida de otros y universal la suya propia. La cotidianeidad del ser humano se torna arte en sus manos.

¿QUIÉN TEME A NAIA?

Publicado en Kuttune y Baskonia Cultura

Pues en realidad, yo temo a Naia y vosotros debierais temerla también.

Naia es mi fantasía y mi razón, navega entre mis dos mundos provocando reacciones entre mi conciencia y mi condición. Cuando ella crea, mi universo se tambalea, se resquebrajan mis verdades a medias y toman forma mis cuestionamientos, despejándose mis dudas, creándose otras muchas.

Naia del Castillo es una de mis escultoras-fotógrafas de cabecera, no sólo por la manifestación metafórica de su realidad, sino por la tecnicidad de su trabajo. Siempre consigue incitar a mi ojo a husmear por su cuenta, con un afán laborioso de deformación profesional, que documenta cada detalle estudiado al milímetro.

Es especialmente admirable su puesta en escena, donde suele ofrecer un espectáculo digno del más documentado proyecto didáctico sobre procesos creativos. Casi se puede uno imaginar sus manos creadoras trabajando la materia, moldeando el elemento, trátese de un elemento creado o transformado por ella misma o uno manufacturado convertido en arte, transformado en idea, por obra y gracia del arte del concepto.

Ella sabe bien quién es y lo que hace, cada vestigio de sus herramientas de trabajo es arte, porque no sólo sirve el resultado, el proceso dice de la obra tanto o más que la obra misma. Como en un buen libro de su obra se puede leer el final y disfrutar de la experiencia de su lectura sin el más mínimo ápice de remordimiento.

Licenciada en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco, especializada en escultura, fue master en Bellas Artes en el Chelsea College of Art & Design de Londres, Erasmus y ‘Free student’ en Holanda y residente en París, Roma o Nueva York; y uno de los museos más distintivos de su Euskadi natal, Artium, Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo, posee seis de sus obras, cinco de las cuales entroncan con el cuestionamiento del papel de la mujer en el proceso de la seducción, un papel que parece dotarla siempre de desventaja moral y superficialidad.

Si bien la intención del artista no es moralizar, sino evidenciar la forma en la que observa el entorno, la sociedad o las actitudes vividas, pone de relevancia en su obra, lo que ella viene a llamar el acto cotidiano.

A través de este elemento interiorizado, desaparecen de nuestra visión periférica la mayoría de las injusticias, menoscabos, desventajas, decadencias, degradaciones o estereotipos. Pasan desapercibidas todas y cada una de las cárceles en las que nosotros mismos nos encerramos. ‘La intimidad, la opresión, la seducción, el adorno, la enfermedad, la tradición y el cuerpo’, se encuentran presentes en su obra.

Las palabras que utiliza para definir su intencionalidad, ‘la yuxtaposición y la ambigüedad’, no son nada más que la manifestación del equilibrio de la vida, que se mantiene a lo largo de los siglos sobre la delicada línea entre sobrevivir o perecer.

Sencillamente una obra idílica, para ser albergada en nuestra Galería de Arte, sólo nos queda soñar.

TAL VEZ ARACNE

Publicado en Kuttune y Baskonia Cultura

Bueno, aquí estamos, en este mundo virtual ante una página en blanco tratando de escribir, tan sólo, unas primeras reflexiones sobre arte que dirán todo de nosotros o nos dejarán en nada.

Parte de la filosofía de nuestra Galería de Arte, nace de una idea surgida, a partir de un artículo escrito cuando aún no éramos K.

Todo empezó con Iñaki Lazkoz, que era noticia en aquellos días en el mundo del arte porque realizaba una exposición en una galería londinense. Lo que más captó mi atención en aquel momento del artista, exceptuando ese exacerbado ‘iconismo’ que me encandila, es que anunciaba un cambio de ‘formato’ en su trabajo.

Pretendía experimentar con nuevos soportes, de modo que había trabajado su pintura en formatos más pequeños y en tazas de porcelana, muy en la línea con su pretendido homenaje a esa ciudad que le había visto crecer como artista y que albergaba entonces su exposición.

Llevaba por título ‘Yo tengo un Lazkoz’, carcajada de humor del artista que se adaptaba a los nuevos tiempos de aprietos y ajustes económicos con unos formatos tan reducidos que hasta podíamos sorberles el té: A la venta en su Galería de Arte.

Hoy, el artista tiene además en su página web una tienda, donde vende sus juegos de té, café con leche, moka y expresso para disfrutar de su obra directamente en nuestra casa y tener un Lazkoz original, al módico precio de 50 €.

Me hizo reflexionar, antes tanto como ahora que lo recuerdo, a cerca de esa idea, lo que supone el arte, ser creador y receptor de materia artística, su forzada inaccesibilidad, lo lejos o lo cerca que deja a la sociedad que le inspira y la poca o nula capacidad que tiene el ser humano de rodearse de la belleza, de la idea, del concepto o del genio al que transporta el arte.

Esta sociedad, desde el comienzo del estado de bienestar, hoy tan ajado, se ha volcado con el mundo del arte y la cultura, revolucionado con la proliferación de innumerables museos y centros de arte, alejando la idea de mausoleo, tomando el ágora del saber en sus manos y estrujándolo, ávida de conocimiento y de experiencias  para el espíritu, previo pago de la consiguiente entrada.

Supongo que siempre perdura algo al terminar el día, quizás un agridulce sabor en la boca y el esbozo de una sonrisa que palidece. Pero, cuando esa misma sociedad vuelve a sus hogares, me pregunto si esta experiencia se desvanece, si se pregunta dónde está el arte para iluminar su vida entonces, donde se encuentra entonces ese ágora, dónde el arte para todos.

Pienso si esta misma sociedad se pregunta, como se preguntan los creyentes cuando se cuestionan la fe en su dios ¿Qué es el arte?, ¿Qué lo hace tan exclusivo?, ¿Qué lo aleja tanto de sus vidas mundanas?, ¿Qué tan inaccesible?. Si acaso que una obra de arte no debiera de ser como unos calcetines, algo que cualquiera pueda meter en su cajón para echarle un vistazo de vez en cuando. El Quijote, obra icónica donde las haya, tampoco son unos calcetines y muchos lo tienen en su mesilla de noche, pueden pensar.

¿Es consciente la sociedad del valor del arte? Fuera aparte de capacidad innata del artista por transformar la vida en arte, ¿Puede radicar ese valor para algunos sólo en su singularidad? Una obra única, nunca repetida, siempre idolatrada por el miedo a su desvanecimiento, a que se nos escurra entre los dedos y desaparezca, perdiéndose con ella una visión, jamás antes expresada de tal forma.

¿O es el valor de la idea lo que la transforma en única? ¿Es el artista un visionario? ¿Tal vez un oráculo que nos hace ver la vida tal y como es y no como la percibimos? O más allá ¿Es el artista quien marca el rumbo de la sociedad hacia un mundo soñado, imaginado e infinito? Tal vez enreda los hilos como Aracne y los maneja a su antojo con el fin de moldear el universo tal y como lo ven sus ojos.  

Me preguntaba entonces y ahora, si perdía valor la obra de Lazkoz por aplicarla a sus tazas de porcelana y que cualquiera pudiera guardarlas en una alhacena del salón y me lo aclaraba sin más el artista con sus palabras, que llama a estas obras ‘anti-Lazkoz’.

Corroboraba entonces mi idea de que Lazkoz, como tantos otros, con esta ‘no obra’, se retroalimenta de la sociedad que le inspira y quizás también le devuelve algo de lo que le cogió prestado. Hoy me reafirmo y digo que Lazkoz, como tantos otros, tienen un poco de visionarios, un poco de oráculos, un poco de Aracne.

Tal vez eso es lo que nos gusta ver en el arte, tal vez es lo que le otorga su verdadero e infinito valor: la imagen de todo lo que podemos llegar a ser.

Tal vez, ver en el fondo de un expresso los hilos de nuestra existencia, nos devuelva algo de la fe perdida.

EL ARTE DE LA INSPIRACIÓN

Publicado en Kuttune

Cuando vi por primera vez la obra de Yessica Diaz, tuve claro que había encontrado a mi primera artista.

Su obra me resultó atractiva, excitante y en gran medida inquietante. Ese cuerpo desmembradopreparado para ser consumido en una mesa perfecta o esas representaciones gráficas realizadas en soportes circulares que asemejan ser elementos gastronómicos.

No lo es menos un mantel bordado de hilo blanco, impoluto y cuasi virginal, donde reza una oración infinita y perpetua, ciertamente desconcertante.

“…no puedo cocinar para alguien que erupta en la mesa…no puedo cocinar para alguien que eructa en la mesa…”

Conocer la obra de Yessica me puso en contacto con mis instintos primarios, con mis recuerdos sensoriales, con el cuestionamiento de mi imaginario conceptual... Puede que a ti también te ocurra.

A VECES TANTA INTIMIDAD DUELE

Publicado en Kuttune y Baskonia Cultura

¿Cómo te sentirías si no pudieras dejar de expresar la visión de tu propio interior, si debieras de decir al mundo lo que piensas de ti mismo de manera constante? Si quieres descubrirlo sólo debes engullir la obra de Ana Laura Aláez, te hará sentir lleno de ti.

No descubrimos nada para el mundo, ella ya se descubre a sí misma y otros ya la lanzaron, hace mucho, al firmamento de las estrellas, pero ni su fama, ni su intensa personalidad, restan un ápice de la pasión que inspira su obra.

Describe su infancia como totalmente antiartística, obligada a convertirse a sí misma en la antítesis de su medio. Su obra está cargada de sí misma y de lo que ha logrado ser gracias y a pesar de su experiencia vital, ofreciendo esos destellos de debilidad, cargada de fortaleza, más mental que física.

Sabemos lo que estáis pensando, que no podemos evitar que la ambigüedad nos atrape en la obra de todos los artistas que os presentamos. Pero la vida es ambigua, nada es del todo blanco o negro, dicen.

Ana Laura es sutil, erótica, artificial, real, pura, sensual, sensorial, femenina, masculina,  enérgica, orgánica, animal, explícita, rotunda, pudorosa, impúdica, conceptual, valiente, anhelante… ¿hasta dónde podríamos seguir?, supongo que hasta el infinito y más allá.

¿Podrías verte retratado en todos y cada uno de esos calificativos? ¿Es Ana Laura una representación de sí misma, tanto como del resto de los habitantes de nuestra sociedad moderna? Su inspiración es la gente que la rodea, su proceso creativo pasa por saturarse de vidas ajenas para poder desprenderse de ellas con la imagen de su propio corazón, en la más inmensa de las soledades.

El cuerpo, su imagen, su idea o su ausencia, son clave para la comprensión de su obra. Autorretratos, espacios arquitectónicos, físicos y mentales, acciones fotografiadas, audiovisuales, instalaciones. Esta artista polifacética, escultora de profesión, expresa la volumétrica de la escultura de maneras múltiples, según el medio que permita manifestar mejor su idea.

Desde que participó en la Bienal de Venecia en 2001,  no ha dejado de ser alabada por la crítica, aunque es consciente de que su obra, a veces, no encaja como debiera en el mundo del arte, al que considera ajeno a la creación artística.

Existen varias escisiones en la trayectoria estética de su obra, unas ligadas a la acción, a un ‘mundo de color chicle’ donde su propio cuerpo es su arma. Otra con textura de látex, para demostrar al mundo los deseos, temores y miedos de nuestra intimidad. Otra, mucho más cercana a la escultura que la vio nacer,  vigorosa, recia, arquitectónica.

Todas las caras son Ana Laura Aláez y siempre que la veo, no sé porque, una lucecita se me enciende y me acuerdo de Cindy Sherman. Quién sabe qué es lo que despierta las conexiones de nuestro cerebro. A mí, ninguna me deja indiferente.

 

MENDIBURU Y EL ARTE DE SENTIR

Publicado en Kuttune

Con motivo de la exposición que tendrá lugar en el Museo Oteiza hasta el 14 de octubre de 2012, dentro del Nº 2 del programa ‘Encuentros’, nos acercamos breve y sutilmente a la obra del escultor Remigio Mendiburu.

Mendiburu,  nació en Hondarribia en el 31 y falleció en Barcelona en 1990. Fue sin duda uno de los grandes abanderados de la escultura de ‘la materia y el tiempo’, pues participó en la revolución escultórica de mediados del siglo XX en el País Vasco, siendo su obra más representativa y singular la que corresponde a los años 60. Esta renovación se concretó, evolucionó y alcanzó su punto álgido en la ‘lógica constructiva’ de los 70 y los 80, periodo que abarca la exposición comisariada por Juan Pablo Huércanos.

En sus comienzos entró en contacto con la vanguardia catalana y parisina, contactando con las bases del informalismo.

Su obra, caracterizada por el ensamblaje, introdujo, además, un cambio significativo que marcará buena parte de la concepción escultórica posterior, como es la acercar el arte a la vida, desprendiéndolo de las alturas, eliminando el pedestal que le eleva hacia el universo celestial y lo aleja del hombre y sus inquietudes terrenas y filosóficas.

El artista formó parte del Grupo Gaur durante esos años, junto con otros como Chillida, Oteiza, Basterretxea, Ruiz Balerdi,  Sistiaga o José Luis Zumeta, desde donde saltó a la palestra internacional participando en la Bienal de Venecia y durante años posteriores en muestras de la talla de Art Basel, la feria de escultura Mille 3 de Chicago o la Trienal de Escultura de París.

Para Mendiburu, no es el artista un teórico que piensa y después crea, ni la vida es la que actúa como inspiración para el artista. Es en cambio, el artista, un hombre que atrapa la vida y la transforma, ofreciéndole una nueva forma, simbólica, conceptual, completa, pero sin convertirla en un medio ajeno al que nace, para devolvérsela a la sociedad hecha arte.

El objeto, abandona los límites de la escultura y se introduce en el espacio. Muchas de sus obras, podrían, a simple vista, parecer haber sido sacadas de la misma naturaleza y haberse colocado en medio de una sala de exposiciones. Un troco de árbol arrancado a la mismísima tierra.

Es sólo al acercarnos, cuando se aprecia el trabajo de creación, la amalgama, la fuerza y la mano del artista, sólo entonces se aprecia la carga simbólica y el pulso del proceso creativo.

La madera, la piedra y el hierro, pero sobre todo, el peso conceptual de los elementos y formas naturales, orgánicas, son los que sirven de materia. La técnica, la que surge, al igual que la forma. Una vez nacida, los aspectos teóricos se aprecian con más claridad, el arte se hace pensamiento y el pensamiento vida.

CONTADME CÓMO

Publicado en Kuttune

La multidisciplinaridad en el mundo del arte es una tendencia, pero también una necesidad. No se concibe el arte como un contenedor estanco, cerrado, donde entra sólo lo que un día se decidió que entrase y nada más. Tampoco los preceptos que marcan una trayectoria artística son inamovibles, evolucionan o transmutan con el tiempo, igual que una persona cambia físicamente y se vuelve más radical o más acomodada según pasan los años.

La obra de Dora Salazar, artista Navarra, doctorada en escultura por la Universidad del País Vasco UPV/EHU, es un poco de todo eso y mucho más. Sus inquietudes la hacen mecerse de un lado al otro, entre el arte ilustrado y la cotidianeidad, igual que navega por la escultura, mientras hace escultura de todo aquello que tiene la virtud de caer en sus manos.

Sus obras son plásticas, manuales, maleables, delicadas, frágiles, sugerentes y/o sinuosas,hechas de materiales ordinarios que transforma en materia grácil. Cobre y cuerda de pita, tela o cuero, adquieren una gran sensualidad en sus manos, no obstante son materiales honestos, exentos de artificio y sobre todo fútiles.

Esta futilidad matérica ofrece una libertad absoluta, que se vuelca sobre la carga simbólica o conceptual que encierra en su obra de arte y que acaba llenando de una intensa fuerza estética, con un apropiado grado de surrealismo.

Cuerpos escultórico-arquitectónicos, como cualquier arquitectura que encierra sus habitaciones, sus rincones, sus espacios útiles, reflexivos o soñados.

Libros y fotografías, de espacios idealizados por la memoria del tiempo. Carteles y escenarios, que juguetean con lo literario y lo mundano. Ilustraciones y pinturas, reflejo de una formación clásica, bien formada, plagada de referencias y preceptos que consigue transgredir para hacer suya la vida.

Su idea del arte no es simplemente estética. La banalidad de la imagen vela lo que hay más allá, le ‘gusta contar cosas’. La femineidad, el papel social de la mujer y su imagen, son caldo de su cultivo personal, pues el cuestionamiento, la ambigüedad en los planteamientos y la comunicación son preceptos clave en sus procesos creativos.

Esa comunicación con el exterior, le permite ofrecer parte de sí misma, transformando sus reflexiones personales en representaciones de simbología colectiva. De igual modo, captar colectividades y acomodarlas en su propia subjetividad. Ese ‘quid pro cuo’, explícito y buscado, a veces atrapado en el aire mientras pasa, consigue dar a sus obras un aire peculiar de representación plástica de una palabra o de una idea transformada en frase.

Ser consciente de su obra provoca una mezcla de estupor, mezclado con la calidez que provocan los sueños, algo así como la imagen de la artista de pie en medio de una galería de arte, ante la multitud de gente que se agolpa para ver su obra, mientras recita una frase aprehendida: Soy Dora Salazar, esta es nuestra vida, la mía y la vuestra y estoy aquí para contárosla a mi manera, ¡contadme como la veis vosotros!

EN NOMBRE DEL PENSAMIENTO LIBRE

Publicado en Kuttune y Baskonia Cultura

La pertenencia a un grupo, a una ideología, a un pueblo o a cualquier otro ámbito fuertemente caracterizado por una personalidad indeleble, provoca una gran carga emocional y social, de la que a veces se desea escapar del todo, pero ¿se debe?.

Me enfrentaba a un artículo periodístico en el que se hacía referencia al bagaje de la llamada ‘Escultura Vasca’, con nuestros vívidos Chillida, Oteiza, Ibarrola, Mendiburu o Basterretxea, sacralizados hasta ser convertidos poco menos que en adalides de un pensamiento. En él, se ponía de manifiesto ese gravamen etnográfico de idealización de una cultura, que sólo había provocado enfrentamientos y desasosiego a un pueblo y a sus gentes: el hierro, la tierra, las raíces, el viento y esa cultura ancestral donde la casa y la madre eran el hogar.

No siento decir que provocan en mí un sentimiento de regresión, son lo que son, sin matices y con miles de ellos. Me recuerdan una época no vivida, al amor, un vistazo rápido a mis ancestros, el deseo provocado de volver al calor.

Y sin embargo no me impiden mirar ni mi presente ni mi futuro, ni al mío ni al de tantos otros, pues el sentimiento y la visión de nuestra problemática social inmediata es tangible, no se puede vivir sin respirar el aire que transita.

Hoy la ‘Escultura Vasca’ está lejos del Grupo Gaur, cultura, política, metafísica y sociedad de mediados del siglo XX. La lucha por el reconocimiento ya no es necesaria, la sociedad es libre, mira hacia el futuro y prospera lo que puede en este mundo loco, pero lo que hoy existe no es sino gracias y a pesar de los artistas que vieron nuestra sociedad antes de ahora, con ojos tristes y agónicos que observaban una identidad que desaparecía.

Pasos de gigante para un mundo infinitamente pequeño, que ya no ve la escultura desde esos ojos emotivos, sino que plantea la ruptura de las ideas, de los conceptos, de los materiales, incluso de la definición del arte o de su finalidad estética. Un salto generacional necesario, pero no excluyente.

Ana Laura Aláez, Cristina Iglesias, Txomin Badiola, Pello Irazu, Koldobika Jáuregui, Ángel Bados, María Luisa Fernández, Peio Michelena, Alberto Oyarzábal, Miren Arenzana, Luzia Ondain, Asier Lasplur, Idoia Montón, Xabier Arribas, Iosu Sarasua, Oier Villar,  Belén Moreno o Juan Luis Moraza. La apertura hacia el mundo y la ausencia de límites está hecha, el pensamiento es libre para crear imágenes universales de visiones personales, ya no existen fronteras, ni ataduras salvo las emocionales, que hacen del artista un esclavo de sus pensamientos.

Dice el vitoriano Juan Luis Moraza en un entrevista, interesante intelectual, armonizador magistral de la filosofía artística y docente, que ‘el arte es la actividad más profundamente democrática que existe, donde uno puede ser a pesar de la cultura’. Pensamiento revelador y provocador emocional, que ubica al arte en su contemporaneidad.

Licenciado en Bellas Artes por la Universidad del País Vasco UPV, doctorado y profesor, miembro del colectivo CVA, junto con Marisa Fernández, realizó en sus comienzos obras de una gran carga conceptual, donde la obra no era sino la mente implícita de Moraza y no se explicaba sino con notas, trabajos y un gran proceso creativo documental que daban explicación a un elemento, capaz de condensar un pensamiento profundamente elaborado.

Juan Luis Moraza es escultor, pero, para quien no conozca su obra, no encontrará en ella restos de barro o arcilla, ni un cincel de gruesa roca, sino cualquier elemento dimensional, susceptible de otorgar una representación simbólica a una de sus ideas.

Tomó el relevo llamémosle ‘artístico-generacional’, como otros muchos, de la mano de Oteiza, que se involucró en la renovación de la enseñanza artística de la UPV, y que contribuyó y animó a las nuevas fuerzas del arte a que provocaran ese movimiento educativo en comunión con las nuevas formas de hacer, impulsando, entre otras, la participación de artistas docentes para dar impulso a la interrelación entre las nuevas y más veteranas ideas artísticas, hordas entre las cuales ha estado Moraza, ya consagrado como artista internacional.

Hoy se revela como el pasado del arte ante sus alumnos y les entrega su testigo humilde pero sabio.

De Juan Luis Moraza nos encanta su obra y su pensamiento, su visión del pasado, de su vida, de su propia obra y la visión que tiene de la sociedad en la que vivimos, extraña y ambigua, pero apasionante en su diversidad, laboratorio de reflexiones inimaginadas e infinitas.

bottom of page